Los jornaleros no pueden escapar de un trabajo donde la lucha por mejorar sus condiciones es imposible sin colaboración y unidad. De esa falta de unión y de sindicatos se benefician los empresarios textiles, que observan como un Gran Hermano desde sus cómodos despachos que nada ni nadie se descarrile. “Si les pagásemos más se lo acabarían gastando en tabaco o alcohol. No enviarían el dinero a casa”, se excusa con sorna uno de los jefes.
Los obreros hacen de todo y el esfuerzo físico es constante, acarreando kilos de sacos y telas sobre la espalda. Muchos ya pintan canas y están algo mayores para este tipo de trabajo. “Hay que deslomarse para ahorrar dos chavos”, denuncia el mismo hombre. Su turno comienza a las 8 de la mañana y hasta las 8 de la noche permanece entre cuadro paredes. “La pobreza es tormento”. El único lujo que se puede permitir es mascar un poco de tabaco para aliviar la tensión. Pero para él las condiciones laborales no son de explotación, porque eso implicaría que le han forzado a trabajar, y este hombre de mediana edad ha decidido venir a la fábrica por su propia voluntad, en un viaje de 36 horas y más de 1.600 kilómetros de por medio. Tiene deudas pendientes y quiere sacar adelante a sus hijos. “No hay más opción”, se lamenta.
Fuente: LaVanguardia
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