El primer homínido que decidió emigrar salió de África. No fue de un día para otro, ni se despertó y pensó “voy a recorrer mundo”. Más bien fue un acto aventurero pero de necesidad. Aquello se le había vuelto pequeño pues no había muchas presas a su alcance y una pequeña porción de territorio no podía alimentar a muchos individuos. Fue un visionario.
Han pasado más de 5 millones de años y parece que a África y ahora más que nunca sigue faltándole otro visionario. Dónde está ese líder dispuesto a llevar a cabo un buen plan, ahora ya no para la no extinción de la especie sino para la erradicación de la pobreza, la prevención y resolución de conflictos.
Pero en su lugar, solo hay una mayoría abrumadora de gobernantes africanos que considera a sus países como una propiedad personal, que pueden usar como mejor les convenga. Actualmente, los líderes derrochan los recursos e ingresos de sus países, y dejan a la mayoría de su población empantanada en la pobreza, la enfermedad, el hambre, la guerra y la desesperación.
La actual fiebre del petróleo en África Occidental es un perfecto ejemplo del problema. En vez de que sea un activo, el petróleo se ha convertido en una desventaja que genera pobreza, corrupción, conflictos étnicos y desastres ambientales.
El primer paso de una mejor política debe ser la reinvención y revigorización de la identidad Africana. Europa, Asia y cada vez más América Latina están demostrando que la integración regional ofrece el camino más sano hacia el desarrollo. En África esto no será posible hasta que surja una nueva casta de líderes con espíritu de servicio público genuino. Reducir la dependencia del África subsahariana del FMI y del Banco Mundial podría hacer que ese día llegue más pronto.
África debe sacar provecho a que dos terceras partes de la población del continente está constituida por menores de 25 años. Que mientras el resto del mundo va envejeciendo, Japón es el más claro ejemplo, África lidera los índices de natalidad y juventud debido a una esperanza de vida relativamente baja.
Según las últimas proyecciones de la ONU para los próximos 50 años, Latinoamérica y el Norte de África incrementaran su población en un 40% y dada la prevista carencia de oportunidades de trabajo para esta juventud, estos seguirán siendo el origen de las modernas migraciones hacia Europa y Norteamérica.
Inmigraciones que no llegaran a compensar la drástica caída de población activa que va a producirse en los países desarrollados pero que a pesar de todo ayudaran.
Diría que estos futuros inmigrantes ya son visionarios, están ahí, pero todavía no lo saben.
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