Todo está milimétricamente cuidado en cualquier viaje al exterior de un presidente estadounidense, más aún cuando implica una agenda que incluye en un solo día una reunión con los líderes de la UE, un almuerzo de trabajo con la nueva promesa de la política europea, el presidente francés Emmanuel Macron,y una cumbre con los jefes de los Ejecutivos de la OTAN.
Bajo el protocolo y las declaraciones formales emergió una falta de sintonía entre ambos lados, diferencias de fondo en temas fundamentales como Rusia, y pocas respuestas a los grandes interrogantes que quedan abiertos tras la llegada de Trump a la Casa Blanca: la nueva relación comercial entre ambas orillas y qué decisión tomará el americano respecto al acuerdo del cambio climático.
Y Macron, que se coló en la agenda de Trump aupado por su «tremenda victoria», según le felicitó el estadounidense, escenificó las tiranteces entre los viejos socios. Trump le invitó a un almuerzo de trabajo en la embajada estadounidense. El protocolario apretón de manos se extendió con sonrisas forzadas hasta derivar en un evidente pulso físico entre la cara más visible del populismo del planeta y la nueva promesa de la UE.
«Tengo que decir que en el centro de nuestra discusión estaba el pragmatismo», comentó Macron después en una comparecencia conjunta con el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker. «Necesariamente no interpretamos las cosas de la misma manera, pero hablamos con franqueza», añadió. La prioridad del francés fue salvar la integridad del acuerdo de París. Recomendó al americano que no tome decisiones «precipitadamente», y le pidió que asuma la «responsabilidad colectiva» de mantener el acuerdo como un compromiso global.
El encuentro entre Trump y Macron ilustró el choque entre un líder que ha articulado sus relaciones exteriores basándose en sus intereses, en un juego de suma cero, y el bloque europeo.
Noticia extraida de El Economista
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