Estamos frente a un drama que va mucho más allá de un simple problema económico.
La economía y la política están estrechamente relacionadas. La estabilidad política es una condición necesaria. Para definir lo que es una recesión y su diferencia con una depresión, se suele decir que la primera se produce cuando su vecino se queda sin trabajo, y la segunda cuando usted lo pierde. Suele aceptarse, sin embargo, que un país entra en recesión cuando su PIB es negativo durante dos trimestres consecutivos. Y con el mismo criterio se habla de una depresión cuando la caída del PIB es más profunda, al menos del 10 por ciento. Aunque esta aproximación del PIB resulta demasiado plana, ya que no considera otros aspectos como pueden ser la tasa de paro, o los índices de producción industrial o bursátiles, por poner unos ejemplos.
Cuando se habla de la crisis americana de 1929, se suele aludir a la Gran Depresión. El PIB se despeñó en 1930, cayendo un 80% respecto del año anterior, y no alcanzó el nivel de 1929 hasta 1936. Pero esto no fue lo único, también se llevó por delante el índice Dow Jones, que el 29 de octubre de 1929 -el llamado martes negro- vio caer su valor de 261 a 230. Pero no quedó ahí el descalabro: en la primavera de 1933 se hundió a los 50 puntos y, aunque a finales de año se recuperó hasta los 190, en 1937 volvió a caer a los 120. Con la producción industrial sucedió algo similar: en 1933 se había hundido un 30% respecto de 1928. Y con el paro sucedió lo verdaderamente dramático: en 1929 era de algo más del 3%, y desde ahí inició una imparable subida, siendo el 10% a principios de 1930, el 24%en 1932, y el 25% en 1933, año en que comenzó el cambio de tendencia. Un cambio, sin embargo, muy lento: en 1937 estuvo cercano al 15%, repuntó al 18% al siguiente año, y sólo la preparación para la II Guerra Mundial frenó el proceso, aunque no se logró el nivel de 1929 hasta mediados de 1942.
Si se analiza lo que se ha definido como el mayor desastre económico del siglo XX, es fácil ver que el verdadero problema del crac del 29 residió en el desempleo. No sólo porque el paro, independientemente de su mayor o menor cobertura por el Estado, tiene un efecto perverso sobre la economía real, sino porque produce un irreparable daño social, tanto en el entorno más cercano al que lo sufre, como en las propias personas que buscan trabajo desesperadamente sin encontrarlo.
El paro no es una cifra económica más. El paro trae pobreza, incrementa la dependencia con los demás, aumenta las deudas y conduce a las personas, a veces, a perder sus hogares. Pero no sólo: alimenta las tensiones familiares, aísla socialmente a los que lo padecen, atrofia las capacidades laborales que antes se tenían, lleva a la pérdida de la autoestima y la confianza en uno mismo y, en ocasiones, conduce a la delincuencia y trae irreparables problemas de salud, en un círculo vicioso del que es casi imposible salir. Todo lo cual se hace sentir en los más próximos y de forma muy dramática en los hijos si existen. Sin olvidar que, en casos extremos, provoca el suicidio fruto de la desesperación.
Las lecturas que se suelen hacer sobre la situación económica española actual se refieren, por lo general, a la recesión que padecemos debido a la crisis económica, y a las necesarias reformas que hay que acometer para salir del atolladero. Estamos técnicamente en recesión, y en 2013 se prevé que la recesión continúe. Una circunstancia que ocasiona vaivenes de la bolsa y otros desajustes económicos. A lo que se suma el paro, ya en el 25%. Un elemento que públicamente suele tener únicamente consideraciones económicas. Siendo la más común aquélla que asegura que en España el ajuste se está haciendo desde el desempleo, lo que supone un alto coste, cercano a los 35.000 millones de euros. Y también que nuestra economía tiene la desgracia de ocasionar un paro estructural que, en el mejor de los casos, es del 10%, y que la crisis y el ciclo lo llevan a estas abultadas cotas. Concluyendo, que hasta 2014 no veremos generar empleo.
Poco o nada se oye decir de las medidas que se van a tomar para paliar este inmenso desastre humano, que también sufren en enorme medida los jóvenes, que están por encima del 50% en esta situación. Algo que dejará en la cuneta a muchos de ellos que nunca tendrán un trabajo con serias perspectivas de promoción humana; entendiendo por esto todo lo que significa llenar las necesidades, no sólo materiales, de las personas.
Estamos enfrente de un enorme drama que va mucho más allá de un simple problema económico. No se trata de un coste, se trata de un destrozo en vidas humanas que requiere una atención especialísima, y sobre lo cual parece que se pasa de puntillas, dando la impresión de que se deja su solución al tiempo. Sin embargo, el tiempo se llevará con él un enorme potencial humano que será irrecuperable si no se toman medidas concretas y urgentes. Algunas de las cuales pasan por tomarse de una vez y en serio el problema de la formación, la fluencia del crédito y el soporte real a los emprendedores.
Como conclusiones de este artículo, podríamos decir que deja clara la importancia del desempleo, concretamente en España. Sin embargo, lo que el desempleo provoca es inestabilidad y desánimo entre las personas. Como bien dice el artículo anteriormente, se está desaprovechando mucho talento, y esto solo podría solucionarse mejorando la productividad. Cuanta más productividad haya, más puestos de trabajo se formarán, más competencia y, por lo tanto, más valor añadido tendrán que tener los productos finales. Esto mejorará la calidad y podría ser un punto de partida para salir de esta recesión que vivimos. No es un proceso fácil y lleva su tiempo, pero a la larga los beneficios que se obtengan serán mayores que los que estamos obteniendo si aumentamos el desempleo.
Fuente: http://www.eleconomista.es
Sandra Campo
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