El modelo matemático que explica la teoría keynesiana

Alfonso Ávila del Palacio, doctor en filosofía, especialista en matemáticas, profesor e investigador de la Universidad Juárez del Estado de Durango (UJED), diseñó un modelo matemático para explicar la teoría económica keynesiana, que asegura que el Estado debe intervenir en el desarrollo de actividades económicas durante periodos de crisis.

El especialista, miembro nivel I del Sistema Nacional de Investigadores (SNI ) por 15 años ininterrumpidos, afirmó que su trabajo Estructura matemática de la teoría keynesiana, se basa en la teoría del economista John Maynard Keynes y en la teoría de juegos de Von Neumann y Morgenstern.

“Mi propósito era ver qué estructura matemática está detrás de la teoría y resultó que no estaba escrita en términos matemáticos y quería saber si eso era posible, entonces lo que me pareció más adecuado para ello fue utilizar la teoría de juegos, y resultó que sí puede definirse la teoría de Keynes de manera más clara”, aseguró.

ANTECEDENTES
Explicó que Keynes, quien trabajó dentro de la teoría neoclásica de la economía, una corriente que se desarrolló en el mundo anglosajón, en Inglaterra originalmente, exponía que no existía el desempleo voluntario, ya que si alguien no encontraba trabajo era porque no aceptaba trabajos con salarios bajos, pero si alguien lo aceptaba, encontraba trabajo; pero surgió la Gran Depresión de 1929 que inició en Estados Unidos y se propagó al resto del mundo.

Según la teoría neoclásica, no era posible que eso sucediera y como no se encontraban respuestas, Keynes se encargó de explicar por qué estaba pasando eso y la forma que se podía salir de esa crisis, refirió el doctor Ávila.

“Por otro lado, la teoría clásica es partidaria de que el gobierno no intervenga, y asegura que las leyes del mercado se ajustan solas y que el gobierno no está para regular las cuestiones económicas, entonces lo que propuso Keynes es que el Estado debería intervenir —no a la manera de sistemas socialistas, que es totalitario— sino que debería crear empleos aunque fueran ficticios, la cuestión era darle dinero a la gente, para que esa gente gastara y ese gasto generara demanda y las empresas se activaran”, añadió.

Con la teoría de Keynes se salió de la crisis de 1929, por eso el economista inglés se hizo famoso, indicó.

LAS HERRAMIENTAS PARA MODELAR LA TEORÍA
El filósofo de la UJED señaló que para realizar este modelaje se basó en la teoría de Keynes y también atrajo la teoría de juegos de John von Neumann y Morgenstern, con las que simuló un modelo matemático, mediante un juego en el que intervenían productores, consumidores y el Estado.

“Usando esas teorías (la de juegos y apuestas) me pareció que podía modelar la teoría de Keynes, mediante un juego en el que hay productores que están enfrentados de alguna manera a consumidores, y el tercer jugador es el Estado; la idea es que si dejamos solos a los productores y consumidores pueden llegar a una crisis, pero si interviene el gobierno, se puede evitar esa crisis”, precisó Ávila del Palacio.

La herramienta matemática de teoría de juegos, que utilizó, deriva de la teoría de probabilidades que inventó Pascal cuando un amigo le dijo en una noche de juegos que le hiciera una fórmula para ganar en los juegos de azar, y lo que hizo Pascal fue examinar las posibilidades, refirió el investigador.

“Cuando a las probabilidades se les suma la habilidad de los jugadores y no son de azar, por ejemplo en el póker, en el que se puede hacer creer que se tiene buen juego, entra en juego la habilidad del jugador y esa habilidad fue lo que generó lo que se llama teoría de juegos, donde hay contrincantes, simula situaciones de guerra e intereses en conflicto”, ejemplificó.

Finalmente, señaló que es necesario que las autoridades utilicen los resultados de investigaciones científicas y tecnológicas para respaldar las políticas públicas de México como una inversión a largo plazo para el desarrollo.

“Las gentes que manejan las finanzas públicas rara vez se acercan a estos estudios, en países más desarrollados sí lo hacen; así que cuando las autoridades como las de México tengan conciencia de que la investigación es muy redituable, que es una inversión a largo plazo, verán que es muy fructífera”, sostuvo.

¿Llegó la hora de resucitar la economía keynesiana?

John Maynard Keynes escribió su Teoría General en 1936. Si lo hubieran congelado para despertarlo hoy, ¿qué diría sobre este convulso 2016?

Imaginemos este escenario: a finales de 1936, poco después de la publicación de la Teoría General, su clásico,  John Maynard Keynes es congelado criogénicamente para ser devuelto a la vida 80 años después.

El panorama en ese momento era desalentador. Empezaba la Guerra Civil en España, las purgas de Stalin estaban a toda marcha y Hitler había desobedecido el Tratado de Versalles remilitarizando la región de Renania. La recuperación de la Gran Depresión aún era frágil, era el año de la marcha de Jarrow en Reino Unido y Franklin D. Roosevelt ganaba por segunda vez las elecciones presidenciales en EEUU.

Cuando se despierta en 2016, Keynes quiere saber qué ha ocurrido en las últimas ocho décadas. Le dicen que el desempleo masivo de los años treinta se resolvió por fin pero solo porque las grandes potencias redoblaron la producción militar mientras se lanzaban a la guerra por segunda vez en 25 años.

La buena noticia, se entera Keynes, es que las lecciones de los años treinta fueron aprendidas. Los gobiernos se comprometieron a mantener la demanda en un nivel alto para lograr el pleno empleo. Además, reciclaron los impuestos acumulados durante los años de crecimiento sólido y los convirtieron en mayor inversión en infraestructuras públicas. También tomaron medidas para asegurarse de que la brecha entre ricos y pobres fuera cada vez menor.

El período entre la reelección de Roosevelt y la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca se puede dividir en dos partes: los 40 años hasta 1976 y los 40 siguientes.

Keynes descubre que los gobiernos se han apartado de sus ideas. En lugar de registrar superávit presupuestarios cuando tienen viento a favor y déficits en las épocas de vacas flacas, funcionan con déficit todo el tiempo. Los gobiernos no saben distinguir entre inversión y gastos corrientes.

En el Reino Unido, diciembre de 1976 marca un punto de inflexión. A principios de ese mes se produjo un momento crítico cuando el Consejo de Ministros, dividido y sumido en el caos, acordó adoptar la austeridad a cambio de devolver un préstamo del Fondo Monetario Internacional, necesario para apoyar a una libra en caída libre.

Los miembros del Partido Laborista habían sido monetaristas a su pesar; los fieles de Thatcher que llegaron después eran fieles creyentes. Levantaron los controles al movimiento de capitales, abandonaron el pleno empleo como objetivo principal de las políticas económicas, redujeron el poder de los sindicatos, recortaron los impuestos para los que más tenían, y permitieron que se profundizara la desigualdad y que las finanzas crecieran a medida que bajaba la producción.

La embestida contra las organizaciones de trabajadores y los recortes en el gasto público achicaron la demanda efectiva, disimulada por la baja en las tasas de interés. El dinero barato causó un pequeño aumento de inversiones productivas aunque menor comparado con la especulación en la bolsa de valores y el mercado de propiedades. Finalmente, la burbuja explotó y, igual que en 1929, se desencadenó una terrible crisis económica.

Eso explica por qué los titulares de los periódicos que Keynes lee en el año 2016 se parecen tanto a los de 1936 con las altas tasas de desempleo y la falta de crecimiento. Eso explica también los resultados de los  referendos en el Reino Unido y en Italia, los de las elecciones presidenciales en EEUU y el creciente apoyo a los partidos de la extrema derecha en Francia y Alemania.

Aun así, Keynes se sorprende al descubrir que la crisis no ocurrió ni en 2016 ni en 2015, sino ocho años antes. ¿Qué ha pasado durante todo ese tiempo?, se pregunta el economista británico.

Le explican que, en un primer momento, los bancos centrales rebajaron las tasas de interés a niveles nunca vistos. En el Reino Unido, los costes de endeudamiento se redujeron hasta 0,5%, un porcentaje aún más bajo que el mínimo de 2% con el que la libra salió del patrón oro en 1931. No fue todo. Los bancos centrales también compraron bonos del sector privado con el objetivo de aumentar el suministro de dinero y reducir así el tipo de interés del mercado (también llamados tipo de interés a largo plazo).

Las dos iniciativas merecen la aprobación de Keynes. En su trabajo aconsejaba políticas monetarias agresivas para que las tasas de interés más bajas estimulasen las inversiones del sector privado: en la mayoría de los casos, es lo que saca a las economías de la recesión.

¿Qué han hecho los gobiernos?

Pero, dice Keynes, la política monetaria tal vez no sea suficiente si la caída es grave. Hay ocasiones en que no importa lo bajas que estén las tasas de interés, las empresas privadas no invierten porque ven el futuro como demasiado incierto. La gente ahorra el dinero en lugar de gastarlo. Las políticas monetarias se vuelven como el soma, la droga del libro Un mundo feliz, de Aldous Huxley: calma los ánimos y oculta el hecho de que algo raro está sucediendo.

A Keynes le cuentan que se necesitaron dosis cada vez más grandes de soma para que la economía global siguiera funcionando, con bajas inversiones que derivaron en una pobre productividad y con tasas de crecimiento muy por debajo de las registradas en los años previos a la crisis. Keynes hace la pregunta obvia: si las políticas monetarias dejaron de ser efectivas, ¿qué han hecho los gobiernos para ayudar?

Es obvio poner el tema sobre el tapete. La Teoría General de Keynes puntualiza que el deseo de invertir del sector privado se ve afectado por “espíritus animales”. Cuando están bajos, los gobiernos deberían interceder con inversión pública, incluso a costa de crear un déficit presupuestario más elevado: gracias al mayor crecimiento que resultará de esta medida, la inversión se pagará a sí misma con creces.

Keynes se horroriza cuando le dicen que, salvo un breve estímulo colectivo en el año 2009, no se siguió este enfoque. Los gobiernos empezaron a preocuparse enseguida por el tamaño de los déficits  y recortaron la inversión pública.

Pero un bajo crecimiento significa que la reducción del déficit llevará más tiempo del esperado y las tasas de interés ultra bajas durante gran parte de la década han vuelto a derivar en burbujas en el precio de los activos. Los niveles de endeudamiento del sector privado están subiendo. Para Keynes, todo es predecible de una forma deprimente. Hora de volver a 1936.

Pero antes de que regrese a su tiempo, le piden a Keynes un consejo para los legisladores de 2016. El economista dibuja tres alternativas al estado actual de las cosas. Los planes de recortar los impuestos y gastar en infraestructura de Trump producirán a corto plazo un gran crecimiento, pero Keynes no está muy entusiasmado. Teme que la inversión en el tipo de infraestructura pública que EEUU necesita verdaderamente no sea mucha y que el estímulo esté mal enfocado.

La segunda opción sería abusar de las tasas de interés, en mínimos, y lanzarse a pedir préstamos para proyectos de inversión a largo plazo. Según Keynes, los gobiernos podrían hacerlo sin alarmar a los mercados mientras sigan sus enseñanzas y los préstamos sean solamente para invertir.

La tercera opción requiere más creatividad con la expansión cuantitativa (QE, por sus siglas en inglés), dice Keynes. En lugar de usar el dinero sólo para el juego de la especulación, ¿por qué los gobiernos no lo aprovechan para financiar la infraestructura? Construir viviendas con la QE tiene sentido; inflar el valor de las viviendas, no.

Miembro de la escuela keynesiana- premio Nobel de Economía 1981

La Academia de Ciencias de Suecia concedió ayer el Premio Nobel de Economía 1981 al profesor norteamericano James Tobin por su «análisis de los mercados financieros y sus relaciones con las decisiones de gastos, empleo, producción y precios». La nominación de James Tobin, discípulo del economista británico John Maynard Keynes, es, según algunos círculos económicos, un mensaje de advertencia a la política monetarista que practica el equipo del presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan.James Tobin, décimo norteamericano en recibir el Nobel de Economía en sus trece años de existencia, es uno de los principales economistas que formularon la Teoría de selección de cartera de valores para explicar cómo los particulares y las empresas determinan la distribución de sus inversiones en Bolsa.

La teoría de James Tobin es, según explicaciones del propio galardonado, la de «no jugárselo todo a una sola carta. La gente diversifica sus inversiones porque no quiere correr demasiados riesgos al manejar sus bienes».

James Tobin, que recibirá el próximo día 10 el galardón que le acredita como premio Nobel de Economía, es el decimonoveno economista nominado por la Academia de Ciencias sueca desde que se instituyó esta distinción, hace ahora trece años. Los anteriores laureados fueron los siguientes:

Jan Tinbergen y Ragnar Frisch (1969), Paul Samuelson (1970), Simon Kuznets (1971), Kenneth J. Arrow y John R. Hicks (1972), Wassily W. Leontief (1973), Gunnar Myrdal y Friedrich von Hayek (1974), Leónidas Kantorovich y Tjaling C. Koopmans (19.75), Milton Friedman (1976), James Meade y Bertil Ohlin (1977), Herbert A. Simon (1978), Theodore Schultzy Arthur Lewis (1979) y Lawrence Klein (1980).

Fuente: El Pais

 

 

La vigencia del keynesianismo

Para Keynes, su obra cumbre, La teoría general del empleo, el interés y el dinero, significó y llevó implícita, por encima de todo, «una batalla para escapar de los modos habituales de pensamiento y expresión». La ortodoxia que utilizaba estos modos habituales de pensamiento extraía de su elaboración teórica una conclusión clara: si se permite que las fuerzas del mercado operen libremente, la asignación de los recursos será óptima.

Aplicado a la crisis económica de los años treinta y a las crisis anteriores, esto se traducía en la afirmación de que era, en esencia, el mal funcionamiento del mercado de trabajo -con la intervención de los poderes monopolísticos de los sindicatos, que fijaban el salario por encima del de equilibrio- el causante de la crisis. La solución era, por tanto, simple: disminuir los salarios reales.La postura de Keynes es radicalmente distinta. Su respuesta viene englobada en lo que él mismo denomina el principio de la demanda efectiva: la producción -y con ella, el empleo- se establecerá a aquel nivel que fije la demanda efectiva de la economía. La causa de la crisis, por tanto, no se encuentra en salarios por encima de su nivel de equilibrio, sino simplemente en que la demanda del sistema es menor que la necesaria para el pleno empleo.

Para Keynes, el principio de la demanda efectiva lleva indisolublemente adosada la insuficiencia del mercado para asignar ópticamente todos los recursos en general y el trabajo en particular. El sistema por sí sólo puede ser incap az de generar la demanda efecti,va necesaria para garantizar el pleno empleo durante períodos de tiempo muy largos; en consecuencia, la consecución del pleno empleo hace necesaria la actuación del sector público estimulando la demanda.

Éstos son, muy en sIntesis, los elementos centrales innovadores de la teoría de Keynes frente a la ortodoxia del momento. Hoy, 100 años después de su nacimiento y 47 después de la publicación de La teoría general…, las economías occidentales se encuentran inmersas en otra profundísima crisis. Y, sorprendentemente, los análisis y las políticas que se están aplicando en muchos países, y que recomiendan altos organismos internacionales tras una época en la que todos éramos keynesianos, son del tipo de las que Keynes atacó fuertemente:

«Los modos habituales de pensamiento y expresión», que ya se habían reestablecido en el campo de la teoría económica con la síntesis neoclásica, se reestablecen ahora también en el campo de la política económica.

El instrumento fiscal

Así, el principio de la demanda efectiva nos dice que la economía mundial necesita ser reactivada, necesita del estímulo de los diferentes sectores públicos de los distintos países, a través de acciones fundamentalmente de política fiscal.

No nos dice nada de cómo debe ser reestructurado el aparato productivo; no nos dice nada de líneas redistributivas de las políticas fiscales y de cómo éstas y aquéllas actúan sobre la inflación; no nos dice nada sobre políticas de ahorro energético, sobre líneas de reindustrialización, etcétera; no nos contesta a múltiples preguntas que requieren respuesta en la crisis actual.

Pero si que nos dice que el sistema puede permanecer en desempleo durante largos períodos de tiempo y que, por tanto, es imprescindible que el sector público actúe reactivando la economía a nivel mundial.

Keynes no construyó una teoría omnicompreñsiva que pudiera aplicarse para la generación de políticas económicas que fuesen capaces de resolver cualquier situación de crisis; ni siquiera lo intentó por su evidente imposibilidad. Se limitó a establecer las bases sobre las que deban asentarse las políticas anticrisis; su plasmación específica debe hacerse en cada caso. Keynes construyó un escalón, aunque no el primero; los siguientes los debemos construir nosotros.

Enxhi Hasa

Fuente: El Pais

¿El uber de los ríos?

Desplazarse sobrevolando el río Sena podría ser posible en 2018.

La capital francesa parece que quiere convertirse en la primera ciudad donde tanto locales como turistas puedan usar vehículos ecológicos para desplazarse por el río Sena.

Durante años, el especialista de navegación Alain Thébault tenía el sueño de volar sobre el agua. En 1985 inventó el que sería el primer prototipo del ahora conocido Hydroptère, el trimarán más rápido del mundo que combina tanto imaginación como tecnología. A día de hoy, éste puede volar por encima del agua y alcanzar de 37 a 83 kilómetros por hora en tan solo 10 segundos, simulando el movimiento de un avión.

En 2016, Thébault junto con el surfista sueco Anders Bringdal, presentaron el proyecto que habían estado desarrollado durante años: los llamados SeaBubbles– en español, burbujas de mar- que funcionan bajo el mismo concepto del Hydroptère.

Tal como aseguran los inventores, con esta nueva invención quieren conquistar el transporte acuático de las grandes metrópolis. Aseguran que el SeaBubbles es un sistema de transporte limpio ya que, al no circular al mismo nivel del agua, respeta el medio ambiente. Consiste en una cápsula ecológica que está fabricada con materiales biodegradables, fibra de vidrio y espuma de alta densidad, y funciona con energía solar.

En primera instancia, estas ‘burbujas’ serán capaces de transportar a cinco pasajeros más un piloto, aunque se prevé poder sumar un sexto pasajero una vez los vehículos se hayan automatizado. Se calcula que el precio por cada trayecto valdría unos 12 euros, similar a una línea de taxi.

Estos vehículos están impulsados por dos motores eléctricos y podrán alcanzar los 30 kilómetros por hora disponiendo de una autonomía de 80 a 100 kilómetros recorridos. Los creadores aseguran que la gran ventaja de este sistema es su rapidez, ya que en el río no hay atascos, pero tienen el inconveniente de que la velocidad de circulación estaría limitada.

La capital francesa tiene verdaderos problemas de contaminación y desde el ayuntamiento de París se cree que esta iniciativa puede hacerse realidad en 2018; además, esta propuesta implicaría también disponer de otras medidas y sistemas de transporte sin emisiones.

Definitivamente, el paisaje urbano se va moldeando con el paso de los años… Quizá en unos años veamos taxis voladores por el Manzanares, el Ebro y el Guadalquivir.

Comentario: De hecho, la proyección de mercado ya abarca una docena de ciudades situadas en las principales vías fluviales de todo el mundo, alcanzando el medio centenar para 2024.

Enxhi Hasa

Fuente: El Pais